EL AMOR
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- Creado: Miércoles, 24 Agosto 2016 18:08
- Última actualización: Domingo, 20 Noviembre 2016 20:33
- Publicado: Miércoles, 24 Agosto 2016 18:08
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Desde el punto de vista Kleiniano, la primera realidad del niño se basa en la proyección e introyección de los objetos según el interés. Es así como se van formando objetos amados y odiados en nuestra vida. Objetos buenos y objetos malos.
La autoestima del adolescente se alimenta dentro de la familia y posteriormente dentro del grupo de amigos, para lo cual el sujeto debió haber registrado en su mundo interno, la imagen de una madre que, a través de sus funciones maternales, le enseñó a mantener un cierto equilibrio interno y posteriormente, le ayudó a separarse de ella y a quererse a sí mismo, construyendo su identidad y autonomía. Si no existe esto en su mapa interno, no podrá más que existir de manera simbiótica, dependiendo y utilizando a los demás para que le ayuden a cumplir el sostenimiento de un equilibrio interno, de su identidad y de su autoestima.
Al finalizar la adolescencia, esa época tumultuosa en la cual se consolida, después de vacilaciones y retrocesos, ensayos y simulacros, la identidad sexual adulta; el ser humano se encamina hacia el encuentro con el otro sexo, ciertamente en la búsqueda de su destino sexuado.
La relación entre la madre y su hijo forman el prototipo de todos los tipos de amor. El rasgo de esta relación más importante es el de posesión. Ahí está la expresión “Mi hijo”. Ahí lo importante es como la madre ha podido cuidar el desprendimiento de su hijo y fomentar la identidad independiente. Proceso en el que interviene sobre todo la función paterna.
En la elección interviene todo el campo y está relacionada sobre todo con el sí mismo. Cómo decía Freud, uno escoge de acuerdo a uno mismo. Se ama lo que uno es en sí mismo, lo que uno ha sido, lo que quisiera haber sido, a la persona que fue parte de una misma persona o a la cualidad que uno quisiera tener.
La pareja configura un espacio de entrecruzamiento del deseo con el amor, lo cual indica que está abierta al exceso perverso por un lado, y por el otro, al enamoramiento idealizante. La pareja humana tiende a oscilar en un vaivén que va desde el narcisismo recuperado a través del Todo el ser del otro, y su destitución merced al deseo que apetece.
El equilibrio consistiría en un amor que sea lo suficientemente fuerte como para hacer condescender el goce (nos referimos a la extensividad deseante en su actividad perversa) al deseo. Y también que no se cristalice en una idealización enajenante del otro, es decir en una posición en la que el otro no puede ser alcanzado por el deseo producto de dicha idealización, y en una posición deseante que no reduzca al otro en un mero objeto degradado de goce.
Hay que recordar que las tendencias inconscientes siempre pugnan por sostener el deseo sin amor, o el amor sin deseo, en un campo de polarización inestable que oscila entre la idealización y la denigración del objeto, llegando a generar la idealización de lo que se degrada y la degradación de lo que se idolatra.
La funcionalidad imaginaria del amor, sirve para prevenir de la fetichización deseante excesiva del objeto erótico, mediante los mecanismos que se describen por Jacques Lacan:
- Fascinación por la imagen: el sujeto se proyecta totalmente, se produce una reapropiación completante del ser que, aunque ilusoria, procura una sensación de recuperación gozosa, y que es la que previene de la identificación masiva con el objeto fetiche. Merced al amor, el sujeto restituye su identidad imaginaria en el campo de un reconocimiento intersubjetivo, que defiende de la transformación del sujeto en el objeto del deseo. La ilusión completante del amor, con la condición de no precipitarse en su exceso pasional, preserva una distancia fundamental: entre el sujeto y el objeto del deseo. Para ello, Lacan se sirve del fantasma.
- Dar la falta: en el amor se busca entregar pasionalmente aún lo que no se tiene en tanto se aspira a la entrega de todo el ser, tal como se observa en el suicidio por causa amorosa: se fusiona en el acto final, de forma eterna, con el objeto de amor. Por el contrario, dar lo que se tiene, configura el modo reparatorio de la caridad, que exculpa del egoísmo. Esto quiere decir que el sujeto se dona todo él como ser Todo, a otro que es tanto completable, es decir que no lo tiene todo, no lo es todo, delata las marcas de su misma incompletud. Lo que el sujeto siempre se resiste a aceptar, es que detrás de toda esta emblemática del Todo, acecha la inanidad de la insignificancia objetal. La pasión por la entrega de todo su ser restituye la omnipotencia a un sujeto que siempre teme quedarse sin recursos, dada la percepción de la nada que se abisma en el núcleo de su falta en ser, siendo ésta de carácter estructurante para todo sujeto desde el momento en que nace, un vacío que se pretende taponar con objetos permutables, que ilusionan, con la vana convicción de que la falta se puede colmar.
- Suplencia de la relación sexual: en cuanto se ama, los espejismos provocados por este mismo ensimismamiento y fascinación, el enamoramiento, en donde viene a velar la falta en el otro y se suspende en el tiempo pleno del amor, la ausencia de complementariedad sexual. El amor suple, el imposible acoplamiento sin fisuras entre los sujetos e ilusiona con la fantasía de que la fusión narcisista es posible, existiendo la armonía y la adecuación sexual. Durante la pasión amorosa, cada cual cree en la completud recíproca y se sostiene con certeza la posibilidad del modelo idealizante que remeda la simbiosis originaria con la Madre-Toda, justo más allá de toda diferencia sexual. Por lo tanto, cada cual de la parte amorosa puede suponer que su mitad perdida es recuperable, restituyéndose de este modo la figura de un ser bisexual que tiene ambos sexos. En el tiempo pleno de del amor, se desconoce, que la unión entre un hombre y una mujer en torno a esta figura del Todo que es imposible, ya que siempre opera la falta, en contraposición a la totalidad. Esta falta, es la que permite desear, y en este caso, el otro no completa, sino que señala la propia falta existente en el uno: falta que si se tolera, y se asume, devendrá en el origen del máximo placer y la creatividad. A la contra, en el territorio del puro enamoramiento reina la pasión por la unidad, que abomina de la falta. Sólo se puede sostener una relación que incluya como su esencia, la dimensión de lo que venimos denominando la falta. Cuando el deseo carece de amor es perversión en acto, y cuando el amor carece de erotismo, es narcisismo asexuado.