DEPRESIÓN
La depresión es una enfermedad del estado de ánimo y de la afectividad, definiéndose ésta como el modo en que nos afectan interiormente las circunstancias que se producen a nuestro alrededor. La afectividad se expresa a través de los sentimientos, emociones y pasiones y se manifiesta por el estado de ánimo. El humor es el tono sentimental, agradable o desagradable, que acompaña a una idea o situación, la continuidad del tono, en cualquiera de los puntos que va de la exaltación a la tristeza, determina el estado de ánimo.
La depresión se puede clasificar en dos tipos: depresión exógena o reactiva y depresión endógena o biológica. La depresión reactiva consiste en una respuesta anormal en intensidad o duración a experiencias vitales del individuo, que pueden llevarle a no ver las cosas tal como son sino tal como le guía su estado de ánimo. Se considera que tiene una causa externa, generalmente por conflictos psicológicos y por esa razón también recibe el nombre de depresión neurótica.
La depresión endógena no se encuentra un acontecimiento previo desencadenante, está provocada por la alteración de ciertos componentes del sistema nervioso central, por un desajuste neuroquímico. Se considera más grave que la depresión reactiva. Los casos más graves de este tipo de depresión reciben el nombre de depresión psicótica.
Existen cuadros depresivos mixtos, en los que se asocian ambos factores. Junto a una depresión de carácter endógeno pueden presentarse conflictos o situaciones traumáticas que de alguna manera justifican los síntomas.
En cuanto a las manifestaciones de la depresión existen muchos signos y síntomas comunes a ambos tipos de depresión, no todos se presentan en un mismo individuo, o algunos de los síntomas quedan medio escondidos. Estos son los más comunes:
En cuanto a los síntomas psicológicos, el humor depresivo, caracterizado fundamentalmente por la tristeza, acostumbra a ser el síntoma principal aunque hay casos en los que no se manifiesta. El sujeto se encuentra triste y abatido, se siente desdichado y pesimista, sin esperanzas, llora o desea hacerlo por cualquier motivo, sin saber el por qué.
La tristeza del depresivo invade todos sus pensamientos y actividades, parece que todo se centra en este sentimiento; por este motivo, puede ocurrirle que no reaccione adecuadamente a otros acontecimientos adversos posteriores. En ocasiones, el enfermo depresivo dice que no tiene ganas ni de pensar. Estos sentimientos respecto a su tristeza se ven agravados por la incomprensión de quienes le rodean.
Hay una ausencia de energía y vitalidad, queda desganado, apático, y cualquier actividad trivial y rutinaria como vestirse o comer, le parece abrumadora. Puede pasarse horas en su habitación a oscuras, sin hacer nada, como si quisiera concentrar toda la tristeza en su propia persona.
Nada le hace ilusión, ha perdido el placer y el interés por la vida. Ya no disfruta de la familia, del trabajo, de la comida o del sexo, el desinterés por las relaciones sociales se debe en parte a qué no sabe cómo comunicarse con los demás, deja de preocuparse de su aspecto físico, se apaga la creatividad, porque también está alterada su imaginación.
El individuo deprimido cambia la valoración de sus acciones, tanto presentes como pasadas; desvaloriza los éxitos anteriores porque le parece que no fueron para nada especial; por el contrario, los fracasos, errores o metas no alcanzadas se convierten en motivo de autorreproche y de constatación de su inutilidad. Su nivel de autoestima es muy bajo y cualquier comentario negativo o crítico lo interpreta como infravaloración. Le domina la idea de que no es suficientemente valioso y capaz, y se siente muy defraudado de sí mismo. Al mismo tiempo, cree haber decepcionado a las personas que confían en él.
La ansiedad es otro de los síntomas habitualmente presentes en la depresión, y a veces es el principal. A menudo la ansiedad y la depresión coexisten hasta el punto que se confunde la depresión con una ansiedad (fóbica). La persona deprimida se siente intranquila, inquieta, perturbada, aprensiva e irritable. Puede tener sensación de miedo pero no sabe a qué, presenta sentimientos premonitorios de que algo puede pasar, y por ello está siempre como preparándose para recibir un golpe.
La percepción de tiempo puede estar perturbada, las esperas se le hacen muy largas. La forma de pensar también se ve alterada, aumenta la falta de concentración y memoria, con indecisión y vacilación excesivas. El pensamiento se va haciendo más lento, le cuesta seguir las ideas, le parece que no comprende bien las explicaciones que le dan. Esto no quiere decir que habitualmente estén perturbadas las funciones mentales, sólo que necesitan más tiempo para completar cualquier tipo de tarea.
Surgen preocupaciones sobre dudas personales y sobre los aspectos negativos de la vida que pueden hacerle llegar a un estado de reflexiones obsesivas. Cuando la depresión se hace más profunda, pueden aparecer preocupaciones obsesivas (rituales) centradas en lo desesperado de su situación o en diversos tipos de miedos. Algunos pacientes se convierten también en paranoicos en un intento de culpar a los demás de su situación o sintiéndose víctimas de sus maquinaciones.
El pesimismo tiñe sus pensamientos e invade todos los órdenes de sus proyectos y realidades personales. Los aspectos negativos de su realidad personal o de su existencia cobran más importancia que los positivos, que llegan a considerarse inexistentes.
Cuando los pensamientos distorsionados no le permiten ver ninguna mejoría y no encuentra ninguna solución ni remedio a su situación, la lógica irresistible del suicidio como única salida puede llegar a dominar al paciente, haciendo frecuentemente planes para ello. El riesgo principal de la enfermedad depresiva es la presencia de estas ideas suicidas.
Muchas personas tienen comportamientos suicidas como lo son el alcohol, las drogas, conducir temerariamente, y otras situaciones que implican un alto riesgo. En los casos más graves, algunas personas deprimidas pueden llegar a sentirse apartadas de la realidad, como si estuvieran observándola a distancia, sin participar emocionalmente, en lo que se denomina proceso de despersonalización.
En cuanto a los síntomas físicos se destacan la fatiga desproporcionada y sentimientos de frustración. Al igual que el pensamiento, sus movimientos físicos también se van haciendo más lentos, el paso es pausado, dificultoso y pesado; el tono de voz es monótono y apagado, con una demora de las reacciones verbales, que hace que acaben por hablar con monosílabos.
Otros síntomas físicos son el nerviosismo, la intranquilidad, la facilidad para distraerse, la ansiedad y las dificultades para relajarse. También se observa alteraciones del sueño en sus diversas manifestaciones. Los pacientes deprimidos presentan problemas para quedarse dormidos, se despiertan de madrugada, duermen con un sueño no reparador o se despiertan frecuentemente durante la noche. También puede darse el caso opuesto: dormir más de lo habitual, sobre todo durante el día.
Los trastornos del apetito y de peso también son habituales. El enfermo suele sentir un nudo en el estómago, una sensación de intranquilidad que le hace rehusar los alimentos, por ello apenas come y si lo hace, es obligado por quienes le rodean. La consiguiente pérdida de peso puede ser espectacular en muchos casos. Algunos pacientes con depresión pueden llegar incluso a la anorexia.
En algunos casos, puede producirse el efecto contrario: comer en exceso alimentos de alto contenido en hidratos de carbono, con el consiguiente aumento de peso. Una consecuencia de comer inadecuadamente son las alteraciones digestivas, estreñimiento, dolores abdominales, etc.
Uno de los primeros signos de depresión es la reducción de la libido, falta de deseo en las mujeres y disfunción de la erección en los hombres. Este problema, cuando no se entiende como síntoma de la depresión, produce una gran ansiedad y problemas de autoestima, a la vez que puede ocasionar problemas en la relación de la pareja.
Otros síntomas de la depresión pueden ser dolores de cabeza, de nuca, de la parte baja de la espalda o del lado izquierdo del cuerpo, neuralgia, trastornos digestivos, indigestión y náuseas, dificultad respiratoria, calambres musculares, palpitaciones, hipertensión, lipotimia, vértigo, leves temblores, sudoraciones, alteraciones sensoriales, etc.
Existen depresiones en las que la sintomatología física es prácticamente la única. Algunos autores la han definido como la depresión sin depresión y otros como la depresión enmascarada. Uno de sus principales problemas es la dificultad del enfermo para aceptar que lo que le pasa es de origen psíquico y necesita tratamiento psicológico.
La depresión tiene un origen multifactorial, aunque pueda haber un motivo desencadenante, no puede considerarse que haya una causa única. La coincidencia de diversos factores genéticos, socioculturales, psicológicos y agresiones orgánicas, en una personalidad predispuesta a padecer depresión, favorecen la aparición de este cuadro.
Los enfermos depresivos suelen tener unas características de su personalidad que les predispone, si se dan todas las circunstancias oportunas, a padecer una depresión, aunque la posesión de estos rasgos no significa que inevitablemente se vaya a caer en la depresión. Los rasgos dominantes son el sentido de la responsabilidad, el elevado nivel de autoexigencia, la preocupación por el orden, la previsión, el perfeccionismo, temor a la posibilidad de cometer errores o realizar inadecuadamente el trabajo y necesidad de tenerlo todo controlado. El fracaso es vivido como un hecho extraordinario que les puede llevar a deprimirse. Algunas personas son más frágiles ante la adversidad, tienen un carácter triste, pesimista, etc.
Freud, en Duelo y Melancolía parte de la comparación entre la melancolía y la pena llamada normal. Ésta sobreviene por la pérdida del ser amado, o sus equivalentes como la libertad, los ideales, y la patria. En este duelo, la pérdida del objeto es real, el mundo se ha hecho pobre, y vacío, no produciéndose un marcado descenso de lo llamado autoestima.
Por su contrario, la Melancolía constituye un estado de ánimo doloroso en profundidad, cesando el interés por el mundo exterior, alcanzando la pérdida de la capacidad de amar, inhibición de todas las funciones, y autodepreciación. Esto se traduce en autorreproches y autoacusaciones, que puedan llevar al sujeto a las ideas delirantes de autocastigo y suicidio.
En la Melancolía, la pérdida es desconocida para el sujeto, algo se ha perdido en el yo por el cual este es el que ahora se ha vuelto pobre y vacío. En cambio, en el trabajo del duelo es sobre la base del lento desasimiento de la líbido del objeto perdido que se ejecuta pieza por pieza, con un fuerte gasto de energía y tiempo, y una vez cumplido el trabajo de duelo, el yo se vuelve libre y desinhibido. En la Melancolía se postula que existe una pérdida de objeto que se llama “afrenta o desengaño real o imaginario” y cuyo resultado no es como en el duelo un lento desasimiento y desplazamiento hacia otro objeto, sino que la líbido retirada del objeto se dirige hacia el yo por medio de la identificación del yo con el objeto resignado.
Podemos ver que en la pena normal, el duelo, esperamos que el tiempo la supere, que el principio de realidad se imponga sobre la frustración devenida para el sujeto en tanto la pérdida del objeto. Y en la melancolía, también sabemos qué objeto es el que se ha perdido, ignorando el propio sujeto lo que con él ha perdido.
Para Freud, el objeto perdido es valioso por cuanto uno está identificado a él, tanto en el duelo como en la melancolía, pero en esta última la identificación del yo con el objeto es de tanta calidad, debido a su carácter primigenio, histórico, que en realidad la pérdida del objeto equivale a la pérdida del yo. De ahí que la persona que se ha identificado con ese objeto tiene que reprocharse la pérdida del mismo, equivalente a si la causa real de la pérdida es por culpa de la persona misma o por el objeto mismo.
La persona que se ha identificado con ese objeto tiene que reprocharse la pérdida del mismo, lo mismo si la causa real de la pérdida es por culpa de la persona misma que si lo es por el objeto mismo.
Bribing nos muestra que lo definitorio es la representación que la persona se hace se sí misma como incapaz de alcanzar sus metas, entre ellas la presencia y el amor de objeto. Consideró que la predisposición a la depresión está dada por la fijación a experiencias de impotencia/indefensión, que dejan su huella en el psiquismo, de modo que cada vez que la persona se sienta impotente con relación a sus aspiraciones se reactivará todas aquellas experiencias, reales e imaginarias, en que dominó ese sentimiento.
Mahler descubrió que la falta de aceptación y comprensión emocional de la madre ocasiona una disminución de la autoestima del niño y conduce a una ambivalencia. Estas actitudes hacen que la agresión se vuelva contra el self, además de provocar un sentimiento de desvalimiento que genera el afecto depresivo básico. Mahler intenta demostrar que la llamada depresión básica es el resultado de un conflicto agresivo, causado por una falta de comprensión y aceptación materna que reduce la autoestima del niño.
Lacan dice que parece que el depresivo se estuviese viendo constantemente en un espejo negro. Esta formulación imaginaria implica tener presente un modo de concebir al Yo. Lacan enseñó que el Yo aparece en lo que podría denominarse la etapa del espejo, vivida por el niño desde los 6 a los 18 meses de edad. En esta época el infante se descubre como él, en el reflejo que le devuelve el espejo. De aquí se deduce que la experiencia del yo es un imaginario que se construye según el modo como se visualiza a sí mismo, fuera de sí, en el espejo.
Es necesaria esta imagen del espejo que ordena y organiza el esquema corporal del niño en su primer año de vida. Winnicot señala que esta función especular la otorga, en lo emocional, la mirada de la madre, como sostenimiento y no como vigilancia. Antes de esa experiencia en el espejo, el niño experimentaba su cuerpo de manera fragmentaria y desintegrada. La imagen del Yo es básica para poder vivir en un contexto humano. La imagen de un sí mismo como un Yo es la que permite situarse en el mundo y operar cotidianamente en una relación con los demás. El mundo en el fondo, es imaginado como se imagina al propio Yo. Es una inevitable condición narcisística de la inserción en lo social. Es necesariamente narcisística. El narcisismo del Yo que posibilita no ser arrastrado por sus objetos. En este sentido, en el trastorno depresivo hay un fracaso del narcisismo, entendido como la investidura del propio Yo.
La experiencia del espejo descrita por Lacan, fracasa en el depresivo. El Yo se refleja como lo negro, lo que no delimita, lo que no hace perfil, lo que no diferencia de los otros; es la minusvalía y el autoreproche como constantes.
Sin embargo hay otra dimensión del narcisismo que impera en lo depresivo y es aquella que señala que al tender el narcisismo a la total investidura del yo, este se retrotrae del mundo en un potente rechazo a necesitar del otro. En el depresivo, en su estrato melancólico, hay algo de esto, hay una oscura arrogancia depresiva. El analista puede llegar a sentirse incapacitado de lograr algo fecundo, llegando muchas veces a experimentar desconcierto e irritabilidad ante lo impenetrable de los autoreproches y autodesvalorizaciones de su paciente. En este sentido, al ennegrecerse el imaginario del Yo en el espejo, se ennegrece la presencia del Otro, sumiendo toda relación, incluida la terapéutica en un aislamiento narcisístico. El mundo del depresivo no reconoce el calor que podría nutrirlo y se retira hacia un Yo, imaginado como no imaginario, un yo que no se imagina desde su descubrimiento en el espejo como otro, llevando al sujeto, a veces, hasta el suicidio. Un Yo que se radica absolutamente en su extremo más narcisístico. Detrás de los autoreproches y la autodesvalorización se oculta una crítica radical al entorno.
Es necesario anteponerle una diferenciación entre yo y sujeto. El yo no es el sujeto. El Yo, como se estableció, está centrado en sí mismo, es narcisista. El sujeto en cambio, es sujeto de la socialización, y desde allí sujeto de lo inconsciente. Hacerse cargo de sí mismo, hacerse responsable, supone hacerse cargo del lugar en que se encuentra uno en la trama de los determinantes culturales.
Si el depresivo se desprende del lenguaje, si considera el lenguaje como banal o falso ¿Cómo podremos entrar en contacto con su dolor? Por la palabra ya que con la palabra opera el psicoanalista. Es relevante entonces la importancia de la voz, o de los signos, que pueden devenir nuestra mediación hacia el depresivo. Es importante también el mostrar, como esta persona que sufre a menudo mudo que es el depresivo, es un afectivo secreto, un apasionado o un incomprendido. La melancolía sería en suma, una perversión innombrable, blanca. Nos toca a nosotros conducirla a las palabras y a la vida.
La depresión en adultos dentro de mi especialidad como psicoterapéuta, tanto presencialmente como a través de mi consulta de psicología online.
Jessika Zulatto
Psicología y Psicoterapia - Las Arenas (Getxo)